Me han pasado este artículo, el cual me ha gustado mucho, tanto que me ha inspirado, para volver a escribir una entrada (que ya iba siendo hora).
Cuando era pequeño, en Madrid, vivía en una urbanización de un pueblo a las afueras, o lo que en aquel entonces era las afueras, ahora ese pueblo está casi engullido por la urbe. Recuerdo salir solo al parque, a jugar con mis amigos y explorar el entorno a mi parecer. Tan sólo había una hora de recogida, que estaba determinada por los años que tuviese y si había o no colegio al día siguiente o si era verano. Así desde los 6-7 años hasta los 10, mi tiempo en la calle se fue incrementando progresivamente. Era además una forma de querer ser mayor, estar más tiempo en la calle.
Pienso que la calle y querer ser mayor van de la mano. El regalo de cumpleaños que pedí cuando cumplí los 7 años fue una llave de casa, pues ya tenía uso de razón, y siendo de enero, no fui el primer niño de mi clase en tenerla. Era algo habitual.
El aprender a montar en bici era algo necesario, pues era la mejor forma de desplazarse con los amigos de forma independiente, así que el aprender a usar la bici sin "ruedines" laterales se convertía en símbolo de madurez y "estatus" entre los iguales. Trasládese esto a patines o monopatín, según preferencias. La independencia conlleva movilidad, y ésta es mejor cuanto más lejos y a más sitios puede llevarte.
En contra, mis primos vivían en Madrid capital, en el céntrico Barrio de Salamanca. A pesar de ser mayores que yo, no recuerdo salir con ellos al parque si no era en compañía de algún adulto. Sólo había una avenida que separase el parque de la casa, pero por esa avenida pasaban coches, autobuses y motocicletas, llenos de gente muy ocupada y que parecían siempre llegar tarde. Las tardes con mis primos se solían desarrollar dentro de casa, al amparo de la calefacción y de los largos pasillos libres de coches, que nos debían servir para correr nuestras aventuras.
Podría pensarse que esto era por el clima, pero lo dudo. En la casa de la sierra de Segovia que tienen, rodeada por campo y montaña, hacíamos largas excursiones, jugábamos al escondite, al fútbol, íbamos solos a todas partes. La diferencia parecía estar en el entorno, si era urbano o no. Podíamos echarle la culpa a las ciudades, a su indiferencia e impersonalidad. Bueno las ciudades son comunidades humanas, hechas por humanos. Quizás no tuvimos en cuenta a los niños en aquel entonces.
¿Y ahora? Ahora se ha tomado conciencia de esto y se obliga mediante ordenanzas un número de metros cuadrados dedicados a los niños y en cada plaza, plazoleta, paseo, alameda, incluso alguna que otra rotonda, podemos encontrar los parques infantiles de columpios y suelo de caucho, totalmente preparados para que los niños estén seguros. Aún así los niños no van solos. Es más, ahora vivo en un pueblo y entreno a niños de 8 a 11 años y la mayoría no va solos al entrenamiento, pese a que algunos viven realmente cerca (vienen andando con los padres o el hermano/a mayor).
¿Es necesaria tanta protección? Son tan peligrosas las calles de un pueblo de menos de 20 mil habitantes, donde el índice de criminalidad es casi inexistente. Quizá sea el tráfico lo que temen los padres. No les culpo. Nuestra sociedad se afana por tener y una de las posesiones más valoradas son los coches y/o motos. Cuanto más grandes, más rápidos y más ruido hagan, mejor. Además no nos conformamos con un vehículo a motor, queremos varios, uno para ir a trabajar, otro para viajar, otro para nuestra pareja, otro para el niño o la niña que se ha sacado el carnet de la scooter y así nos ahorramos tener que estar todo el día de chófer. En definitiva te encuentras familias en las que hay más coches y motos que personas. Cada vez tendemos más a eso.
Pero... ¿es el tráfico el problema realmente?
Pienso que es sólo parte de él, seguramente si quitásemos los coches, los padres encontrarían otro factor al que temer, después de todo es su trabajo. Creo que debemos ir ayudando a nuestros hijos y a nosotros mismos a adaptarnos al entorno. Los niños que viven en tribus en la selva, llena de depredadores, animales venenosos y otros peligros, aprenden a desenvolverse y a evitar esos riesgos.
Frases como "no hables con extraños", "no aceptes dulces de desconocidos", "mira antes de cruzar", etc. son enseñanzas que me trasmitieron de pequeño. Quizá ahora haya que añadirle algunas nuevas que no invalidan las anteriores: "no agregues a desconocidos al tuenti", "No mires el móvil mientras cruzas", etc. Si bien es cierto que los niños son más vulnerables que los adultos, eso no nos debe llevar al error de creer que no son capaces de desenvolverse en determinados entornos, los cuales hay que únicamente presentar y de forma progresiva ampliar, para que el pequeño explore, descubra y gane en autonomía, independencia y por tanto autoestima.
Como dice el chiste: "Una rebeca es la prenda que se le pone al niño/a cuando el padre o la madre tienen frío". Lo que esconde este chiste es algo que me da miedo es que podamos llegar a impedir que nuestros hijos sepan transmitir algo tan básico como si tienen frío o calor. Dejémoles que lo tengan y que aprendan a pedirnos esa rebeca.
¡Deja que exploren!
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